Salté de aquel barco como alma que lleva el diablo pues siempre el que llega primero tiene mas oportunidades a la hora de encontrar una guest-house, un tuk-tuk o simplemente aprovechar mas el tiempo. Parecería impensable que a esas alturas de viaje, llevaba ya casi un año desde que salí de casa con el propósito de dar la vuelta al mundo, mantendría el mismo entusiasmo y vitalidad que al principio del periplo, pero es que al ser todo nuevo y diferente era imposible que decayera mi interés. De nuevo puedo apuntar otra teoría mía y es que es importante que “el paisaje que ves desde tu ventana cambie casi cada día”. Me movía muy rápido porque entre otras cosas siempre viajé con una mochila con no más de 7 u 8 kilos de peso, sin mas ramificaciones que crezcan de nuestros brazos pues es vital tener las manos libres; ahí va otra teoría y por favor que nadie se ofenda o se dé por aludido pero siempre mantuve que el equipaje y el cerebro son una relación inversamente proporcional, es decir “a mayor equipaje……..”, y es que para llevar poco hay que pensar y planificar mucho.
Dicho esto para irnos familiarizando, el primer “bus-tortura” que salía de Merak a Jakarta me engulló con otras decenas de personas y partimos para el destino, la verdad es que actualmente estos pasos de transporte tan incómodo son mas recomendables hacerlos a través de una agencia de viajes y nos evitaremos la parte amarga de los países exóticos con una infraestructura de transporte muy sufrida para los que no estamos acostumbrados a manejarnos por estos pagos ganando tiempo y descanso. La llegada a Jakarta fue bastante convulsa, mas que nada por el contraste tan tremendo de una naturaleza tan pura con una urbe que acuñaba todo lo malo de una ciudad inmensa; ruido, humo, contaminación, tráfico infernal y anárquico daban vida a aquella ciudad de casi diez millones de habitantes que a veces daba la sensación de que estaban todos a la vez juntos. La percepción de suciedad se acentuaba cuando el cielo se ponía plomizo, la proximidad con el ecuador provoca casi a diario unas tormentas hermosas por su actividad eléctrica, abriendo sus puertas y descargando un torrente de agua en pocos minutos que inundaba las calles, arrastrando toda la suciedad que el servicio de “barrenderos” se había olvidado. En fin, había, como todo buen viajero que se precie, que cumplir el expediente y nunca obviar ningún lugar por muy mal que te hablen de él. En este caso tenían razón los que me habían advertido. De cualquier manera mereció la pena visitar la parte conocida como Kota donde se encuentra la ciudad antigua llamada “ Old Batavia”.
Jakarta fue bautizada como Batavia por los Holandeses en honor al nombre que los romanos pusieron a los Países Bajos. Pasear por este barrio es muy agradable pues encuentras puentecitos que atraviesan un canal que la divide; a lo largo del recorrido hay aún casas coloniales de estilo holandés del XVIII transportándonos al sabor que tuvo que tener en aquella época. Caminando mas al norte llegamos al puerto con cientos de barcos amarrados muy coloridos y con unas proas llamativas por lo puntiagudas que eran. La conclusión es que había merecido la visita y que podía seguir adelante con la satisfacción de los deberes bien hechos.
Continuando siempre hacia el Este me detuve en Pangandaran, una pequeña península con una Reserva Natural o Parque Nacional donde habita una especie de buey salvaje muy raro, que nunca antes hubiera identificado, de capa marrón oscura, gran tamaño y con unas características fenotípicas muy diferentes de la hembra de capa canela y considerablemente mas pequeña. Con aquella exuberancia de jungla no me extrañó que estuviesen hermosos pues pastaban a “dos carrillos”. Otra característica de aquel lugar eran sus playas y sobre todo el arrecife de coral que las envolvía, ideal para el “snorkel” y disfrutar de aquel paisaje submarino que cuando era joven pensaba que sólo lo podía disfrutar Jack Cousteau y su cuadrilla. A esto había que añadir que después de una jornada intensa por el Parque y un poco de buceo nos esperaba una cena exquisita a base de pescado fresco, bien en barbacoa o con salsa y un postre de pancake de banana; no se podía pedir mas, alcanzando cotas de felicidad máxima; esto es viajar, alcanzar “cotas de felicidad máxima” de forma puntual pero frecuente. Otra teoría, no puede haber un país bonito si no se come bien y éste supera todas las expectativas.
Mi siguiente destino fue la capital artística y cultural de Indonesia, Yogyakarta, nada que ver con la ajetreada Jakarta, la atmósfera que se respira es de tranquilidad a pesar de que no es una ciudad pequeña. Recuerdo como algo llamativo un espectáculo de “sombras” con marionetas. En los alrededores de “Yogya” se encuentran las ruinas de Borobudur, monumento budista que dicen que compite con Pagan (Birmania) o Angkor (Camboya); las estupas son mucho mas pequeñas que en Pagan y la extensión mas pequeña que Angkor pero para gustos se hicieron monumentos. Lo que sí es cierto es que la vista desde allí es magnífica pues se ve imponente el cono del volcán Merapi. Con tantos volcanes como hay en la isla antes de salir de Java por el puerto de Surabaya hacia Kalimantan (Borneo) me acerqué al emblemático Monte Bromo, otro sitio especial que hay que visitar. Desde Probolinggo pueblecito que queda relativamente cerca me volví a creer que el “Sunrise”, como dicen por allí, era espectacular. Levantarse a las 4 de la mañana, caminar unas 6 horas, tropezar unas cien veces para ver salir el Sol en un cráter que alberga otro cráter está bien, pero a las 11 de la mañana también habría estado. Teoría: de viaje “la paliza diaria cae” te pongas como te pongas, incluso ese día que dices que vas a descansar, la paliza cae. ¡Qué dura es la vida del turista bien aplicado que no quiere perderse nada! En fin el Bromo es un infierno vivo que rezuma vapores, fumarolas y olor a sulfídrico por doquier. Imponente, altivo y orgulloso parece que espera al acecho darnos un buen susto cualquier día.
La próxima etapa nace desde el barco que me lleva a BORNEO, ¡Qué bonito nombre! Os espero a la vuelta de 3 semanas.