Llegué a Bukit Lawang al atardecer y el efecto del lugar aún era más enigmático…la jungla era tan densa que parecía más tarde de la hora real pues apenas se filtraban los rayos del sol entre las copas de los árboles. Aquella mezcla de luz filtrada con una vegetación exuberante; el rumor del río Bohorok atravesándola; el soniquete lejano de una cascada sumado al parloteo de gente en cuclillas charlando en torno a algún fuego; el aroma dulzón de sus cigarrillos, únicos en el mundo que se elaboran con la especia del “clavo”, dándoles ese toque de personalidad, me embriagaba. El comercio de esta especia data ya de época de los romanos. Pugnaron por su comercio en el Indico, primero Portugueses y luego Holandeses en el siglo XVII, hasta que este monopolio dejó de serlo, pues sus semillas fueron plantadas en otros países tropicales al igual que sucedió más tarde con el caucho en Brasil, cuando semillas de esta planta fueron sustraídas por los ingleses plantándolas en Malasia, su colonia, con éxito. Todavía pasó un tiempo hasta que un alma caritativa me explicó más adelante el por qué del aroma dulzón de los cigarros autóctonos.
Hago hincapié en estos detalles para que apreciéis hasta qué punto mis sentidos se impregnaban de todo lo que fuera extraño en mientorno, que era casi todo. Anduve preguntando por allí para planificar cómo ver a los orangutanes con una emoción y entusiasmo de niño en víspera de Reyes. Este centro de rehabilitación de orangutanes funciona como una guardería de animales jóvenes huérfanos para ser reintroducidos en su hábitat después de algunos años de adaptación simultánea entre la selva y la mano humana que les ayudan con la alimentación dos veces al día. A este sistema lo llaman el “feeding time” y de esta manera tienes la oportunidad de verlos y acercarte a ellos a escasos metros. Así en frío suena como una especie de zoológico pero para nada tiene que ver con eso. Estamos en su casa natural, viven y duermen en nidos que se fabrican en las copas de los árboles cada noche, se zarandean y cuelgan de las ramas moviéndose con una velocidad, agilidad y precisión asombrosa. Me quedaba embelesado viéndoles acudir a las horas programadas cuando un cuidador les llevaba varios kilos de bananas que diseccionaban con maestría y unos cuencos de leche para los más jóvenes. En el idioma “Bahasa Indonesia”, Orang significa hombre y Utan significa selva, o sea “hombre de la selva”; nunca mejor bautismo para un ser que se mueve, parece que piensa y reflexiona y muestra unas habilidades propias de un hombre. Permanecí allí unos días y me resistía a irme pues sabía que una vez abandonado el lugar ¿cuánto tardaría en volver a verlos? Sabía que había otro parque en Kalimantan parte de Indonesia en la isla de Borneo pero siempre hay que dar prioridad a lo que tienes y no pensar en lo que puedes tener.
Mi siguiente destino iba a ser las Islas Nías, paraje paradisíaco famoso por sus playas de arena blanca y cocoteros, pero me aseguraron que había una epidemia de malaria y que era muy arriesgado. Una vez más mi prudencia se anteponía a mis deseos y desistí de ir. De poco me sirvió pues fue en otra isla, posiblemente Komodo, donde contraje malaria y lo pasé francamente mal, pero esa es otra historia que contaré más adelante.
Otro autobús más cómodo que los anteriores, ya que era casi de uso exclusivo para “guiris”, otra paliza de horas llevando ya la dirección hacia Java en mi cabeza me dejó en Bukittinggi. Popular ciudad del sur de la isla donde podías buscar algo de fresco, este enclave entre montañas te daba una tregua del calor húmedo y pegajoso que me perseguía desde hacía meses por todo el Sudeste Asiático. Tenía un cierto toque europeo por una plaza con una torre con reloj que todo el mundo apodaba como el Big Ben Tower. El centro era concurrido y compacto pero las casas se extendían por las colinas circundantes con tejados coloridos de zinc dándole cierto encanto alpino. De nuevo autobús-paliza hacia Bakauheni, la ciudad más meridional para tomar un ferry hacia Merak en Java atravesando el estrecho de la Sonda. Pasaba muy cerca de lo que quedó de la isla de Krakatoa después de la erupción volcánica que se merendó más de la mitad de su superficie a finales del XIX. Fue tan tremenda la explosión que se oyó en Madagascar a 6000kms de distancia provocando decenas de miles de muertes por los tsunamis. Afortunadamente para mí parecía inofensiva desde la distancia en aquel luminoso y azulado cielo que nos acompañó hasta destino….
La semana que viene nos moveremos por Java, ¡os espero el jueves en el próximo capítulo de esta aventura!